Bueno, pues la plaza del Pintor Isidoro Marín Garcés (1863-1926) ya es transitable. Desde julio hasta hasta hace unos 10 días una cuadrilla de operarios del Ayuntamiento (en régimen de subcontrata, supongo), ha trabajado para reconvertir la explanada de asfalto, ideal para abandonar coches viejos y para que aparcaran algunos residentes, en una plazuela simpática, sin personalidad -eso sería pedir demasiado, pedir lo imposible-, transitable, con grandes aceras, su señalización nueva, unos 40 árboles jóvenes que se harán viejos con el mismo tamaño -¡ojalá me equivoque- porque los alcorques son de miniatura, que yo los he visto, ideales para geranios o rosales, pero no para convertirse nunca en árboles altos y frondosos que den buenas sombras en verano. En fin, visto cómo está el patio, supongo que no se puede pedir más. Así está bien: es mejor que lo que había, y eso ya es bastante en los tiempos de decadencia y escepticismo que corren.
Ahora hay sus bancos, sus farolas sin diseño -bastante diseño tenmos con las de la Gran Vía-, su papeleras ideales, su fuente con dos alturas, deferencia hacia los discapacitados, y su treintena de plazas de aparcamiento. El gran espacio libre que han dejado en las aceras supongo que está pensado para incentivar a abrir negocios en los bajos comerciales que ahora están vacíos. Supongo que alguno de ellos pertenece o está alquilado por el ayuntamiento porque los operarios han guardado en él algunos de sus útiles durante el periodo de la obra. En la plaza hay -por ahora- tres bares: La Teja, Santi y Los Cuñaos, que se estarán celebrando el verano que viene esos espacios liberados para plantar sus benditas terrazas de ideales mesas y sillas de plástico. (Recordemos que hace poco se publicó uno de esos datos absurdos según el cual en Granada existe un bar po cada 92 habitantes, el promedio más alto de toda Andalucía). La verdad es que estaría bien que la plaza se animara con nuevos negocios que no sean ni bares ni pubs ni peluquerías.
Respecto al pintor que da nombre a la plaza, tengo que reconocer mi ignorancia: ni la más remota idea de quién es o de qué pinta. Seguiré investigando. El nombre se presta a todo tipo de variaciones -la más fácil, Plaza del Pintor Isidro Martín-, y desde luego no hay vecino en el barrio capaz de recordarlo. Bueno.
El álamo blanco que cayó de cuajo ha sido repuesto. Su hueco está ocupado por una especie de tallo. No confío mucho en el porvenir de estos árboles nuevos. Y tampoco en el de los otros tres álamos blancos que quedan. Al parecer NUNCA los han podado; dicen que están enfermos -uno de ellos se apoya claramente sobre la farola vecina- y que los van a arrancar. Claro, son una amenaza "al honorable gris local". Vamos a ver si el Servicio de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Granada se ocupa de sus deberes, poda, abona, cuida los árboles, e indulta a estos tres álamos.
La plaza podría haberse convertido en Otra Cosa, en algo nuevo, algo hermoso, con ginkgos biloba, con un estanque, con algo de césped y una zona reservada para los niños pequeños. Pero, como digo, eso es pedir demasiado. Bastante ha habido con reducir el manto de asfalto a cambio de una hermosa pista de losas de cemento.
viernes, 26 de septiembre de 2008
viernes, 5 de septiembre de 2008
Oda al árbol caído
Está visto que los árboles siguen siendo una amenaza -muchas veces, en sentido literal- en estos tiempos de absoluta decadencia que nos han tocado vivir. En la plaza del Pintor Isidro Martín había una serie de álamos blancos. Pues bien, el miércoles por la tarde, sobre las 20h, se cayó de cuajo uno de ellos.
Estos álamos eran realmente la alegría de la plaza, un secarral de asfalto ideal para dejar abandonados coches viejos y para aparcar camiones. Con una altura de cuatro pisos, permitían a los vecinos tener el espejismo de ver desde sus salones un pequeño jardín. Pero están enfermos: uno de ellos está sostenido por la farola vecina, como un vulgar borracho, y se caerá cualquier día. No han conocido la poda, que es salud para ellos, desde hace la intemerata. Tienen ramas secas y las hojas les suponen un exceso de peso. Se les ve cansados, a pesar del saludable aspecto que presentan. Al parecer, los álamos blancos tienen un alto sentido del pudor, y rápidamente cicatrizan las heridas exteriores aunque la procesión siga por dentro. El árbol caído presentaba una sección del interior del tronco completamente manchada, que lo estaba debilitando. Suponemos que así estarán los que quedan de pie. Pero se podían tomar medidas para intentar curarlos. En cambio, lo que ha pasado es que se ha juntado el hambre con las ganas de comer. En el afán de convertir la explanada de asfalto en algo parecido a una plaza digna -desde luego, la dejarán mejor que estaba, pero supongo que los alcorques están pensados, por su tamaño, para adelfas, naranjos enanos u otra especie vegetal igual de absurda para una plaza de estas dimensiones, se ha escarbado más de la cuenta junto a las raíces de estos álamos, se ha cortado aquí y allá, y el árbol caído no ha resistido el asedio ni su propia debilidad.
Si haber perdido este álamo valiera para que el Ayuntamiento, a través de la Concejalía que corresponda, se ocupara de sanear el resto de los árboles de la plaza y repusiera el que hemos perdido, pues bueno, no habría mal que por bien no viniera -dado que, afortunadamente, no hemos tenido que lamentar ningún daño personal-. Pero me temo que caeremos en la lasitud una vez más. Además, a muchos vecinos lo que les preocupa realmente es poder vigilar sus coches aparcados en la plaza mientras se comen un codillo del tamaño del Cubo de Campo Baeza. Y luego está el carácter caducifolio de los álamos blancos, una tortura para el jardinero y para las terrazas de los bares del entorno: "Es que no doy abasto a quitar hojas". Lo que me extraña es que no hayan decidido cambiar el asfalto precedente por un campo de golf, que es lo que mejor cuadra en esta Andalucía nuestra.
Ya lo decían las sin par Vainica Doble en aquella canción de hace más de 30 años: Agáchate, que te pierdes. Si el álamo hubiera tenido los 30 cms de su enano vecino naranjo, no habría corrido esta suerte porque a nadie le habría molestado. O en todo caso, le doy un tirón y lo hinco un poco más allá para poder poner un par de mesas más en la terraza, si no le molesta a nadie...
Estamos en guerra declarada contra los árboles. No tenemos ni la menor idea de las especies que existen ni de las que había en el terreno antes, de cuáles son sus características, la forma de sus hojas, los frutos que dan, la sombra que podría cobijarnos para leer a Ortega y Gasset o a Montaigne, para refrescarnos en estos tiempos cada vez más caniculares.
Un árbol menos, otra batalla perdida.
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