sábado, 24 de noviembre de 2007

Camarerías

En otra de las múltiples esquinas de la avenida Joaquina Eguaras encontramos este bar. O bareto. He ido un par de veces: es un bar correcto, pero le falta personalidad, tener un poco de estilo, un mínimo estilo. Para empezar, el nombre me parece bastante absurdo, como nombre de cadena de televisión o como nombre de bar. El trato de los camareros -camareras, cuando yo he ido- es bueno, correcto, normal. A mí me habría gustado un pelín de apuesta por la simpatía gratuita, pero entiendo que pedir eso a veces es pedir demasiado.
En el barrio hay muuuuuuuuuuuuchos bares. Los nombres absurdos prolifera: llamar a un bar "Los cuñaos" o "Quirri" no demuestra precisamente un torrente de imaginación. Pero el "Quirri" me gusta mucho, tanto para desayunar como para el aperitivo. Cuando he ido, siempre me han atendido dos chicas, una encantadora, la otra más seca, pero correcta.
Aprovecho esta entrada para poner a caer de un burro a la mayoría de los camareros que me han atendido últimamente en el centro de la ciudad. Creo que muchos de ellos -sean lo que sean en su vida civil, aunque si trabajas de camarero, aunque sea momentáneamente, ERES camarero en ese momento- deberían dedicarse a otros menesteres, por ejemplo, a fregar escaleras en un sótano, a inyectar gasificante E-520 en las bolsas de cortezas o a cualquier otra ocupación que no exija un contacto con el público. Pero si eliges tener contacto con el público, deberías abrir las orejas y los ojos, tener un poco de psicología para detectar a quien tienes delante y no ser gratuitamente un borde o un maleducado.
Yo hago una apuesta por la buena educación. Últimamente he tenido varias experiencias negativas con los camareros aficionados de varios bares del centro. ¡Con lo fácil que es ser agradable y atenderme a mí! Esta gente debería ver El lado oscuro del corazón para enterarse de lo que se le puede pedir a un camarero. Total, que tras cada experiencia negativa pongo en la lista negra el bar en cuestión. No se me volverá a ver de nuevo en "La bella y la bestia", un bar donde te ponen las copas sucias y se quedan tan panchos. A cambio, un señor de Ciudad Real, por lo visto, recién escapado de un cotolengo, te cuenta una historia para dormirse de pie sobre las calidades del Rueda frente al Rioja, aunque tú hayas pedido un Rioja. Mira, tío, limpia las copas y pasa de rayarme. Además, a voz en grito, te pide el importe de la consumición antes de que te haya dado tiempo a tocarla. Yo no le monto ningún pollo, eso sí, le lanzo una mirada inteligente que significa "Eres un impresentable", le pago la copa y la limpio con una servilleta de papel. Y simplemente no vuelvo a poner allí los pies.
No es el único bar. También en el Café Bohemia las rastas han lograr cegar por completo a unos de los camareros. ¡Chico, las rastas no lo son todo en la vida! Cuando le digo lo que quiero tomar, me responde que ahora vendrá a la mesa a tomarme nota. Cuando pasa media hora sin atenderme, mi acompañante -chica-, le hace una seña y acude. "No os había visto". "He ido a pedirte lo que quería hace 20 minutos". "Es que yo no puedo acordarme de todas las caras..." "La próxima vez vendré con una nariguera inca y un plato encajado en el labio inferior. Quizá así se te quede mi cara..."
Pero ya me gustaría que en el barrio hubiera un café como el Café Bohemia, con estilo, con buena música, bien decorado, con camareros a los que si le pides un irlandés no les crees una confusión que le puede durar semanas. En fin, un bar al que poder irme a leer y esperar a alguien, en lugar de quedar con la gente siempre en el centro.
¡Vecinos, animaos a poner un CAFÉ DE LAS ESTRELLAS!

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