Este es un árbol cualquiera del Paseo de la Fama de mi barrio, es decir, de la Avenida de Joaquina Eguaras que evocábamos ayer. Es un árbol que no es árbol, es un árbol sin nombre -como el poema de Elena Martín Vivaldi-, aunque en realidad sea otro castaño de Indias más que se ha quedado en maceta grande, en un árbol de chichinabo, en un árbol raquítico.
Yo no sé en qué piensan los políticos municipales. Bueno, se me ocurren mil cosas, desde que simplemente no piensan, hasta que pierden el sueño buscando la cola arábiga que les mantenga por más tiempo pegados al sillón. ¡Ah, los políticos municipales: ¡qué pereza! ¡Qué cutres, qué catetos, qué mal gusto para vestir, qué profusión de mechas, qué trajes que parecen que se los han tirado desde una avioneta de la base de Armilla! En fin, los políticos municipales y yo no pertenecemos al mismo mundo, al menos mientras no me demuestren lo contrario.
Pero estoy harto de ver que las (inacabables y crematísticas) obras primero sacrifican un montón de árboles -véase el caso de la Avenida de la Constitución-, y luego los responsables tratan de acallar las protestas con unos alcorques de reducido distrito que además cubren de cemento y que están muy bien para una planta rastrera, para un geranio, para un poto, para un cactus, pero no para un árbol poderoso que dé sombra, que refresque la ciudad, que la oxigene, que le dé verdor.
Los de la Avenida de Joaquina Eguaras ya han dado de sí todo lo que podían dar; son árboles de media asta: nunca podrán dar una sombra que desafíe al calor canicular de julio. No tienen distrito debajo en el que sus raíces se pierdan en busca del sustento. Lo mismo -o peor- pasa en el Paseo Tete Montoliú, en el lateral de Alcampo, el verdadero centro neurálgico del barrio. Está poblado de arbolitos, de arbustos, de bonsáis. Y lo mismo está ocurriendo en el tan cacareado bulevar de la Avenida de la Constitución: podía ser un pulmón en el centro de la ciudad, y se va a quedar en una monada fallida, una fantasía de Barbie y Kent donde la mitad de los árboles se han secado porque no pueden respirar, porque no tienen espacio en el que desplegar sus raíces, porque no tienen tierra, y el cemento, el oro gris de hoy, no entra en la dieta vegetal, por muy espartano que sea un árbol. Antes son los coches y los aparcamientos subterráneos que los árboles. ¡Faltaría más! Francamente, para este resultado, cualquier patán vale para político.
Las nunca suficientemente ponderadas Vainica Doble tenían una canción de principios de los 70 que hablaba ya de todo esto. Se titula "Agáchate que te pierdes" y no es la única en la que desgranaron su sensibilidad con el medio ambiente.
Yo lo que quiero es un paseo de árboles como secuoyas, de árboles cuya copa no vea desde el suelo, no un parque de bonsáis. Al bonsái no le encuentro la erótica por ningún sitio, al menos en un espacio público -de tejas para abajo yo no me meto.
¿Hay todavía alguna solución?
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